Los mitos mañosos del socialismo del siglo XXI


Los mitos mañosos del socialismo del siglo XXI para denigrar el socialismo científico y descarrilar la revolución real
Por Antonio Baluarte
La calle y los callejeros pequeños burgueses

La forma que ha adquirido ahora la liquidación de todo pensamiento político y de toda idea real está condensada en la fórmula que esgrimen los representantes del denominado movimiento Socialismo del siglo XXI, El poder está en la calle. Al menos esto es lo que nos vino a decir el señor Osvaldo chato Peredo, un ex estalinista y ex guerrillero boliviano- ahora integrante del Movimiento al socialismo (MAS)- en la reunión convocada por la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos del Ecuador que tuvo lugar el día miércoles 1 de julio del 2009 en el Paraninfo de la Universidad Andina. Según él el pueblo se gobierna a través de plebiscitos y consultas populares y usa todos los tipos de gobiernos para cumplir sus postulados.
Los Movimientos Sociales- según el chato Peredo- constituyen las nuevas cruzadas que combaten por el camino de una “nueva independencia”, contra el neoliberalismo y los partidos políticos y por esa diosa novísima del poder de la calle llamada Asamblea Constituyente. A Todo este fenómeno el chato Pereda le concedió una originalidad sin precedentes en los hechos históricos hasta tal punto que, según él, nadie, ningún pueblo lo ha utilizado nunca. A más de esto le asigna una categoría de extraordinaria importancia al hecho del triunfo presidencial burgués de un indio en Bolivia y de un negro en EEUU. El método para llegar a tanta maravilla ha sido y es la horizontalidad de la dirección, del liderazgo. Todos dirigen y nadie es responsable.
No dijo una sola palabra con respecto a la principal fuerza productiva de la sociedad contemporánea: la clase obrera en la cual se basa el socialismo y a la cual Marx asignó el principal rol en la producción y principal oponente irreconciliable de la burguesía capitalista en cada país a nivel mundial. Como miembro que fue del Partido Comunista estalinista Boliviano su traición al socialismo no sólo se dio en la revisión del programa de la revolución socialista mundial, y luego-vía perestroika- en la restauración del capitalismo en la URSS y Europa del Este, sino que ahora hasta niega la misma existencia de la clase obrera a la cual reemplaza por los movimientos sociales de clase media como supuestos redentores de la sociedad y sustitutos de la clase y del partido marxista de la clase obrera y de la movilización independiente de los trabajadores en su lucha por el poder.
El poder real está en la clase obrera
Es muy probable que el Partido comunista jamás le haya enseñado que el poder no está en la calle, sino en la movilización independiente de los obreros contra la burguesía. Los trabajadores deben estar aparte de la clase media del campo y la ciudad y de todos los defensores del capitalismo y marchar con el arma del programa y los principios de acero del marxismo revolucionario y el socialismo científico. Y si ahora Peredo se ha vuelto callejero es para ocultar la traición de su partido estalinista Comunista a la clase obrera y para ocultar el fracaso de su posición de la teoría y la práctica del guerrillerismo castro-guevarista y de su retorno a las filas de la política, pero ahora en representación de la pequeño burguesía acéfala, horizontal, sin principios y con el programa de sostenimiento del capitalismo oculto en el biombo de la Asamblea Constituyente. Para esta clase de politiqueros es evidente que pueden avanzar “desde y a partir de todos los gobiernos” porque no tocan un pelo del sistema de desigualdad social capitalista.
El poder esta en la calle es el nuevo camuflaje inventado por el imperio y los capitalistas para defender el sistema de la ganancia a través de la liquidación de toda posibilidad de construir un liderazgo responsable y real para afrontar desde el partido y codo a codo con la clase trabajadora, las tareas necesarias de la revolución. Un partido y un liderazgo no se lo pueden encontrar en la calle, así como no se puede encontrar a un científico o a un hombre preparado en cualquier esquina o cualquier calle. Reemplazar los mecanismos de lucha- en este caso las manifestaciones en la calle- por los principios, el programa, la táctica o la estrategia que necesita el proletariado en la lucha contra el capitalismo, es lanzar un movimiento sin cerebro y sin dirección que en los hechos puede acabar con todo pero no construir nada. O, como en el caso de la Constituyente: revisar todo y no cambiar nada. Y si cambia algo, cambia para peor: el modelo es la propia Constitución horizontal que permite el bonapartismo vertical de Correa en el Ecuador.
En Ecuador estas estampidas de las masas acabaron, en efecto, con tres presidentes (Bucaram, Mahuad (2000) y Gutiérrez (2005)), pero no pudieron sino consolidar el sistema capitalista de apropiación privada, volver a gobiernos burgueses- incluido el de Correa-, dar moral a los empresarios y clase dominante que se encontraban – y se encuentran- poco menos que al borde del colapso debido a la quiebra del sistema capitalista mundial.
Es notable que sólo por la incapacidad de la clase obrera de crear su propio liderazgo socialista revolucionario todavía se puede escuchar estas voces que repiten como matraca vieja lo que ya ha sido probado ser mortal para el proletariado no sólo hace pocos años con los Forajidos y con las Asambleas Populares, sino a través de toda la historia.
Contrariamente a lo que señala Peredo, secundado por el señor Ángel Cadelli, otro acéfalo callejero argentino, que este fenómeno del poder en la calle es novísimo y jamás ejecutado en la historia, nosotros podemos demostrar que siempre las clases dominantes utilizaron a artesanos y obreros, a esclavos o siervos- que salieron a las calles y que, incluso pelearon con las armas en las manos- para seguir manteniendo la dominación de una clase que no era precisamente la suya y de un poder que les sumía en mayor desamparo y miseria.
En la lucha por la llamada Independencia de 1809, los nobles criollos llamados patriotas- cuyo paradigma fue Simón Bolívar- hicieron pelear a los campesinos de sus haciendas, a los proletarios humildes de las ciudades, por la nueva patria, libre de los realistas españoles. Pero Jamás liberaron económica y socialmente a ellos. El sistema feudal-capitalista quedó incólume: sólo que en lugar de los amos españoles quedaron los amos americanos acaso más feroces y expoliadores que los otros.
La revolución burguesa de Francia en 1789 también utilizó a los obreros y humildes para quitarse de encima a la nobleza y al rey, pero su poder de la calle- el poder callejero del proletariado- sirvió para asentar el poder real- nada callejero y más bien poder en metálico, mobiliario e inmobiliario de la propia burguesía. Lo mismo podemos decir de la grandiosa revolución burguesa de Alfaro de 1895: los terratenientes y nuevos capitalistas usaron a las montoneras de indios ,cholos y montubios obreros y campesinos para quitar un poco del poder de la iglesia, para consolidar su poder económico y mantener un capitalismo vergonzante que ni siquiera ha logrado liberarse del poder del imperialismo ni redimir la fuerza de los campesinos a base de una verdadera revolución agraria, la misma que hasta ahora permanece inconclusa.(1)
La única revolución social que la realizó la clase obrera y que sirvió para elevarla al poder real fue la revolución rusa de octubre de 1917, liderada por el partido de Lenin y Trotsky.
Todo movimiento- por poderoso que sea- que no transforme de raíz el modo de producción social- ahora basado en la ganancia, no está más que condenado a repetir una revolución política que sólo cambia de personal, de gente, pero deja intacto el sistema de apropiación de la clase dominante. Bolívar y los patriotas independentistas hicieron eso. Los movimientos sociales y los Forajidos, al derrocar a Bucaram, Gutiérrez y Mahuad, también repitieron la misma historia. Por eso ya en esa lejana época independista se decía que hacía falta una segunda independencia, y ésta sólo podía significar la liberación del proletariado de la propia burguesía y su sistema de apropiación privada.
Para Peredo la segunda independencia sigue significando una nueva revolución política por eso sigue siendo fascinado, atontado por la Constituyente y por el hecho de que un presidente sea negro o indio. Como si el problema fuera el color de la piel y no un asunto de clase. La Constituyente es, fue y ha sido siempre sólo un medio y no un fin en sí mismo. Los marxistas hemos insistido- y lo hacemos ahora- que la Constituyente sólo puede servir de escenario para la agitación, discusión y análisis de las cuestiones de vida o muerte para la clase obrera y la revolución socialista. Cuando hemos reclamado todos los poderes a la Constituyente lo hemos hecho para transformarla en una entidad revolucionaria no para dar el voto al joven de 16 años o llenar de “derechos” y de imposible “buen vivir” al proletariado y masas hambrientas bajo el capitalismo.
Pero como en realidad con estos callejeros y con estas Constituyentes no cambia nada, por eso Peredo tiene la desvergüenza de proclamar que se valen de y avanzan con todo tipo de gobierno. Esa en realidad ha sido la política de los partidos estalinistas: las alianzas con los gobiernos de la burguesía en busca de puestos o de prebendas y que ahora el chato Peredo sigue ejercitando ahora desde la calle.

Si la Constituyente hubiese sido una entidad revolucionaria podría haber discutido a raja tabla la naturaleza de clase del estado capitalista, la necesidad de su derrocamiento y su conversión en un estado obrero bajo programa socialista. Se debía discutir ¿quién manda ahora en una república que es sostenida en su totalidad por los obreros y los campesinos? Para qué sirve una burguesía parasitaria que no sólo que está quebrada sino que se opone al desarrollo de la historia? ¿Por qué persistir en el infame sistema de la esclavitud salarial que permite a un hombre explotar las fuerza de trabajo de otro y mantener la desigualdad económica?
Problemas como la indispensable eliminación de la propiedad privada de los medios sociales de producción, la eliminación de las fuerzas armadas, trabajo para todos en una República del Trabajo que produzca para satisfacer las necesidades de todos, el requerimiento de un programa socialista internacional que movilice la fuerza mundial del proletariado para acabar con el sistema del lucro que impide ya todo desarrollo de las fuerzas productivas, estos eran temas reales y de importancia para ser tratados en una Constituyente seria y con plenos poderes.
Pero los asambleístas vinieron precisamente de la vertiente “callejera” de Peredo y de Cadelli, vacíos de programa y de principios, sólo para lucir su egocentrismo personal y apuntalar el capitalismo con frases huecas y poses más retardatarias que de liberales burgueses del siglo XIX. Los asambleístas negaron la necesidad no sólo de los partidos políticos sino que defendían la negación de toda política. Daban a la llamada partidocracia- y lo siguen haciendo- la misma significación que una negación absoluta de todo partido, lo cual es una ceguera enfermiza. Es verdad que una partidocracia de izquierda y de derecha no ha buscado sino un acomodo personal bajo el capitalismo, pero esto no quiere decir que esta constatación tenga base para anular el conocimiento político, los principios y programas de partidos que representan intereses de clase concretos.
Los asambleístas estuvieron en la misma escuela callejera de Cadelli y Peredo que asigna a la horizontalidad en la dirección de la lucha callejera la metodología para supuestamente evitar el sólo lucimiento o la promoción de caudillos únicos. Pero ¿es que acaso somos ciegos para no ver que la horizontalidad se ha transformado en la verticalidad dictatorial de los regímenes de Chávez y de Correa? El invento estúpido más célebre para cretinizar y subordinar a las masas a la politiquería burguesa es este de la horizontalidad del liderazgo: una dirección sin pies ni cabeza, sin responsabilidad y sin entrenamiento para las grandes luchas y que, aliado con el vaciado cerebral de toda política, de toda noción de partidismos, de principios y programas, ha sido y sigue siendo el invento contrarrevolucionario más superlativo de los capitalistas llamados del socialismo del siglo XXI. La clase obrera y su partido deben estar vacunados, con doble dosis, contra este chiste letal de la pequeña burguesía. Sólo personas oligofrénicas pueden proclamar, por ejemplo, que la clase obrera no necesita su partido político y su liderazgo revolucionario.
Pero ni en Ecuador ni en Venezuela ni en Bolivia no se ha hecho más que seguir la senda capitalista trillada que han dado tres mediocres jurisconsultos españoles, los cuales han asesorado y elaborado la maqueta que consolida hasta el absurdo un sistema de desigualdad social que por serlo acude a llenar de “derechos” y “libertades” que cada vez están siendo más retaceadas por estos regímenes autoritarios de clase media, que no hacen sino fortalecer la dictadura de la burguesía sobre obreros y pobres.
En momentos cuando el capitalismo se viene abajo y hasta la noción de crédito en los bancos y las financieras hacen sonreír hasta los más acérrimos defensores del beneficio privado, ya no es época de Constituyentes que no constituyen nada, de leguleyos que pelean por regular, moderar la corrupción de la democracia burguesa. Lo que hace falta es una revolución social que extirpe de una vez por todas el cáncer demencial de la ganancia. Para esto hace falta conciencia socialista, partido socialista, programa socialista internacional y expulsar del movimiento obrero a los canallas que disfrazándose de socialistas como los del Partido Comunista estalinista, los pequeño burgueses estalinistas del MPD, los burócratas sindicales como el actual dirigente de la CTE., se oponen a la educación política de la clase obrera, a la verdadera educación socialista y a la movilización independiente de los trabajadores en su lucha por el poder.
Por lo demás podemos destacar el lujo del local y de las publicaciones que repartía gratuitamente la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos del Ecuador, una entidad que por su naturaleza está poco dotada para atender las necesidades ideológicas y materiales de la clase obrera y que, por lo tanto, le es casi imposible distinguir entre una araña y un dinosaurio.


(1) Ver: Fabián Núñez Baquero: La revolución política del 10 de agosto de 1809- Revista Revolución Mundial Nº 2- Octubre 2007, p. 3

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