La vida es un camino hecho por el hombre

La maravillosa vida sin sentido
Por Fabián Núñez Baquero


Con todo lo que conocemos sobre la vida y la macrobiótica parecería ocioso especular o filosofar sobre ella. Los biólogos definen la vida como la capacidad de realizar una copia sobre sí misma. Para ser más exactos,es la capacidad de un ser vivo de autoclonarse o duplicarse.Parece tonto, pero quizás la mejor definición sería, la vida es la vida en cada ser particular y existe en todos los seres en forma distinta pero en esencia la misma. A pesar de estas definiciones glamourosas, de lo que pensemos en pro y contra de ella; a pesar de la delicada y selecta refinación en los procesos biológicos y del orden y disciplina de la cadena del ADN, de cada aminoácido, la vida no posee ninguna teleología. En palabras mondas y lirondas: la vida carece de objetivo, es simplemente un maravilloso movimiento autodisciplinado y coherente encerrado en sí mismo y que no le preocupa sino agotar hasta lo último un proceso que globalmente considerado no ha tenido principio ni tendrá fin. El fin se produce en cada individuo pero la eternidad ( una eternidad relativa) se mantiene en la especie. La “eternidad” de los dinosaurios duró talvez unos 20 o 30 millones de años, pero la de los artrópodos, como la almeja o los crustáceos, los insectos, tiene una duración de cientos de millones de años. La “ eternidad” de los homínidos, de donde procede el hombre hábilis- sapiens actual a duras penas alcanza la bicoca de 4 millones de años. El individuo es limitado, perece en poco tiempo, pero la especie es eterna, con la relativa “eternidad” de los procesos bióticos, al menos hasta cuando no venga una extinción en masa producida por choque de asteroides o planetas o los propios fenómenos cataclísmicos de la Tierra.

Ante la real perspectiva de esta naturaleza, aparentemente negativa, surge otra, altamente positiva: sí, es verdad, la vida en esencia no tiene meta, objetivo; es el hombre, el ser vivo quien le da un cauce, un camino, una razón de ser. Talvez esta voluntad de dar a la vida sin meta una meta sea nada más que el resultado del feroz instinto de sobrevivencia, puede ser. Pero en todo caso pocos se dan cabal cuenta de esta realidad. Y, como es lógico, tampoco tienen conciencia de que hacer de su vida una razón de ser con la meta que persigan es de extrema utilidad,como quien dice “les va la vida” en ello.Me propongo conocer el pensamiento de Hegel en unos cinco o seis años. Ni a Hegel ni a nadie le puede importar esta decisión y esta práctica- si es que se la realiza-, pero he tomado una determinación, una senda y una perspectiva y mi vida cobra sentido, tiene objetivo. Tan simple como eso. En mi limitación humana, de ser vivo que tiene contados los días, esta decisión es no solo mía, íntima e intransferible, sino que no necesita ninguna clase de recompensa o reconocimiento. Lo he decidido yo, a mí me sirve, a mi me llena, tengo en qué ocupar mi vida y ésta adquiere una tonalidad más dinámica y cierta. Esto implica que conozco las limitaciones del individuo respecto a la especie. Sé que no puedo desear que porque voy a morir también debe desaparecer ella. Eso no solo sería una soberbia egoista de mi parte, una estupidez solipsista, sino un desconocimiento de que todo ser vivo necesita hacer su decisión y vivir, como se dice, su propia vida como quiera que ella la considere y la ejecute. Pero no solo eso, sino un desconocimiento aun mayor: si la vida es eterna en todo el espacio y el tiempo, es inútil exterminar una especie, de la misma manera volverá a surgir otra igual o distinta, pero igual viva. Pero si la vida es apenas un error o un milagro de un oscuro y nada singular planeta como el nuestro, exterminar especies resulta un desperdicio inconcebible, un acto de supina e inconfesable cobardía o mala entraña. Soy lo que soy por la especie pero ella necesita cada vez miembros más elevados para asegurar su supervivencia. Pero ella no exige nada de cada uno de los seres individuales, a cada uno le ha proporcionado de herramientas adecuadas para funcionar como especie e individuo al mismo tiempo, aunque sobre todo para que ejercite su capacidad de libre arbitrio individual, para que “viva su vida”.
Todos estos simples razonamientos han venido al caso por dos circunstancias conjugadas: la primera, una conversación con Guillermo Blum en el Palacio del Poeta, y la segunda, la horrible e inenarrable decisión criminal del copiloto Andreas Lubitz del avión Air Bus de la compañía GermanWind que acaba de estrellar voluntariamente el aparato y matar en masa a más de 140 personas. El hombre, el individuo, no tiene ningún derecho a matar a otros seres vivientes, al menos de la misma especie. Cada ser tiene su propia e inalienable vida, es un representante- en el lugar que esté y en el oficio que se desempeñe- no solo de la especie sino de la vida en su ilimitada diversidad. El individuo ha recibido gratuitamente este don de la vida y puede disponer de él como le plazca, puede suicidarse si más da, pero no recurrir al forzado suicidio colectivo-como el ocasionado por Lubitz- con las importantes personas del vuelo de Germanwind. Si Lubitz no tenía meta en la vida, en su vida, era responsabilidad de él el conseguirla, obtenerla, pero no vaciar de metas, de objetivo a otras vidas que sí los tenían y a lo mejor con una carga de felicidad y alegría en cada uno.
Saber que la vida es maravillosa y que no tiene sentido, pero que la persona le otorga, con su firma y personalidad, un sentido y una meta, es la primera lección para los jóvenes de hoy, para todas las personas desorientadas en este mundo capitalista de egosimo y de ganancia, de obtención de gangas y posiciones materiales, sin tener lo más valioso, la contrapartida del pensamiento esencial que nos mueve a vivir y a transformarnos, a respetar a los demás, a nosotros mismo.

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