Nietzsche y su teoría del conocimiento



Lectura del “aforismo” 36 de “Más allá del bien y del mal”
Por Fabián Núñez Baquero
27/03/2010

El libro “Más allá del bien y del mal” de Nietzsche despliega una serie de ideaciones sobre la moral, la filosofía y la teoría del conocimiento. Unas realizan desarrollos amplios y otras se sitúan al límite de convertirse en lo que Nietzsche llamaba, aforismos. Es decir, sentencias breves con un contenido de enseñanza doctrinal. 
No es posible entender adecuadamente a este filósofo y poeta alemán sino se sabe, al menos superficialmente, las ideas, filosofías, estudios que realizó y tendencias que lo influenciaron. Fue hijo de un pastor protestante por lo que su ámbito familiar estuvo impregnado de religiosidad cristiana. 
Estudió a los griegos, fue filólogo y profesor de la cultura griega y discípulo de Schopenhauer, el filósofo pesimista que escribió su libro fundamental “Sobre la voluntad en la Naturaleza”, que mucho lo influenció, así como en la música lo hizo Ricardo Wagner y su esposa Cósima. Nietzsche adoraba la música, fue pianista y teórico musical. Pero sobre todo fue poeta y filósofo. En este último campo es señalado como representante del irracionalismo, tendencia que asigna a la razón un óbice para el despliegue de los instintos y la fuerza vital y, por consecuencia, un obstáculo para la afirmación de la existencia.
Su irracionalismo ético y filosófico general le conduce a su gran tesis de la “voluntad de poder”, una variante de la tesis de su maestro Arturo Schopenhauer. Sólo voy a comentar el punto 36 del cual me interesa su teoría del conocimiento. 
Nietzsche plantea que nuestro mundo de pasiones e instintos y la forma del conocimiento que de él se desprende, ¿acaso esto no bastaría para conocer el mundo “mecánico” material? ¿Pero un mundo real que no sería la forma de apariencia que se expresa en Berkeley y en Schopenhauer, sino dotado de alguna manera de la vitalidad orgánica, aunque en una forma más tosca, que sea algo parecido a la pre-vida?
Es evidente que Nietzsche pretende explicar la materia desde el individuo y sus instintos y no la vida y los instintos como un resultado de la materia, de la misma naturaleza y la sociedad que han producido al individuo y a sus instintos y organismo. Por supuesto él ve la concatenación inexorable del fenómeno vital y acepta esta misma coherencia para el mundo objetivo, pero éste, igual que en Berkeley y Schopenhauer, es secundario y de alguna manera generado por la voluntad en Schopenhauer y el espíritu en Berkeley. Como ellos Nietzsche se sitúa en una cosmovisión idealista. 
Y esto a pesar de algunos aforismos como aquel que dice,” No existen fenómenos morales, sino sólo una interpretación moral de los fenómenos” ( 108)que aparentemente le sitúan en el campo del materialismo filosófico. Para él la voluntad es la que mueve el mundo material, es el individuo, con esta voluntad de poder, el que es primario y genera la realidad. Hasta tal punto que concluye este punto 36:
 “...entonces habríamos adquiri­do el derecho a definir inequívocamente toda fuerza agente como: voluntad de poder. El mundo visto desde dentro, el mundo definido y designado en su «carácter inteligible», - sería cabalmente «voluntad de poder» y nada más.” -.
En el mundo capitalista- tiznado de egotismo y de intereses de clase concretos, es evidente que, al menos en la clase dominante, existe esta voluntad de poder, pero de ahí, asignar a la naturaleza este factor subjetivo individual como categoría única que explique su movimiento, choca con las más elementales leyes y certezas cotidianas de la realidad concreta, no digamos con las certezas de la ciencia.
La cosmovisión religiosa que adquirió en el entorno familiar- con su idealismo posterior afianzado en filósofos idealistas- en verdad no le abandonó nunca, pero también fue la fuente de la fuerza subjetiva que le posibilitó desnudar la hipocresía y la falsedad de la religión y el mismo idealismo, así como el de crear obras artísticas tan perdurables como el “Así Hablaba Zarathustra”

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